Poco a poco nos vamos acercando a fiestas tan importantes como la Ascensión del Señor, Pentecostés (la venida del Espíritu santo) o la Santísima Trinidad. Y poco a poco nos vamos acercando a las Primeras Comuniones de muchos de vosotros.
Mientras tanto vamos sintiendo que, Dios, es amor. Que, el Señor, nos ofrece lo que recoge de Dios: amor y más amor.
¿En qué se nos puede notar que somos amigos de Jesús? Ni más ni menos en el amor que ofrecemos. Es un distintivo que hemos de llevar. Un traje que, por nada del mundo, hemos de guardar en el armario de nuestro egoísmo particular.
Jesús habla con sus discípulos hablándoles con ternura y cariño. Porque no les habla como discípulos, sino como lo que son: sus amigos. Y les deja un mandamiento nuevo: “que se amen los unos a los otros”, porque así los ha amado Cristo, y porque esa es la mejor forma de permanecer en el amor de Dios y dar frutos en la vida.
¡Nosotros también somos amigos de Jesús! Y como a sus primeros discípulos, nos ama y nos pide ir por la vida dando frutos de amor, amando a nuestro Padre Dios y a los que se crucen en nuestras vidas.
Pero cuidado: amar no sólo es hacer cosas buenas por los demás cuando “sentimos bonito”, cuando nos caen bien, cuando “nos nace”… Jesús nos dice que amar es “dar la vida por los demás”. Es decir: buscar en todo momento, hacer el bien con nuestras actitudes y acciones a quienes estén cerca de nosotros: nuestros padres, hermanos, amigos, enemigos, maestros, abuelos, vecinos…
Estamos en el mes de Mayo, el mes de la Virgen María, por eso este mes se lo vamos a dedicar a ella haciendo pequeños trabajos.
ESTO VA PARA ELLA Y PARA TODAS LAS MAMÁS
Dios mío, Tú has querido que mi madre me diera la vida; sin ella yo no existiría.
Quiero expresarle mi mejor reconocimiento y no olvidar nunca los sacrificios que por mí se ha impuesto.
Durante largos meses me llevó dentro de sí; durante años ha velado por mí y ahora sigue trabajando sin cesar.
Fue la primera en hablarme de ti y enseñarme a rezar. Hoy te pido especialmente por ella.
Bendice a mi madre y dale todo el bien que me hizo en tu nombre, puesto que yo soy incapaz de agradecérselo y comprenderla como se merece.
También yo quiero velar por ella.
Te prometo, Señor, hacerla más feliz, con mi cariño ofreciéndole mi ayuda con la mejor voluntad rodeándola de delicadeza y afecto.
¡Gracias Señor, por la madre que me has regalado!, ¡Gracias también por la mamá del cielo!